miércoles, 4 de enero de 2017

Juicio y Misericordia.


El hijo pródigo” de Pierre Puvis de Chavannes, pintor simbolista del siglo XIX.

“No entres en juicio con tu siervo, porque ante Ti ningún viviente es justo.” (Salmo 142, 2).

Alguien que, por una rápida infección en la cara se halló a un paso de la muerte sin perder el conocimiento, ha narrado las angustias de ese momento para el que quiere prepararse al juicio de Dios. Sentía necesidad de dormir pero luchaba por no abandonarse al sueño porque tenía la sensación de que éste era ya la muerte y que en cuanto se durmiese despertaría en el fuego del purgatorio. Aunque había hecho confesión general y recibido los sacramentos le faltaba todo consuelo y la certeza del purgatorio se le imponía como una necesidad de justicia, pues tenía, claro está, conciencia de haber pecado muchas veces pero no la tenía de haberse justificado suficientemente ante Dios. Una religiosa enfermera a quien le confió esa tremenda angustia espiritual no hizo sino confirmarle esos temores, como si debiese estar aún muy satisfecho de que ese fuego no fuese el del infierno. Salvado casi milagrosamente de aquel trance —agrega— me consulté con un sacerdote, que me aconsejó leer y estudiar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y allí encontré lo que asegura la paz del alma, pues al comprender que nadie puede aparecer justo ante Dios (S. 142, 2) y que nadie es bueno sino Dios (Luc. 18, 18) comprendí que sólo por la misericordia podemos salvarnos y que en eso precisamente consiste nuestro consuelo, en que podemos salvarnos por los méritos de Jesucristo, pues para eso se entregó Jesús en manos de los pecadores. Maravillosa e insuperable verdad, que nos llena más que ninguna otra de admiración, gratitud y amor hacia Jesús y hacia el Padre que nos lo dio. Ella quedará grabada para siempre en el alma que haya meditado este misterio de la misericordia divina.

Mons. Dr. Juan Straubinger.