lunes, 31 de marzo de 2014

Artículo del card. Kasper en L'Osservatore Romano en español.


Continúa la defensa que por muchos medios hace el card. Kasper de su propuesta para que los divorciados vueltos a casar reciban la Sagrada Comunión. Se preveía que una de ellas, proveniente de su propia pluma y publicada en la edición diaria en italiano de L'Osservatore Romano, apareciera en otras lenguas, como en efecto ha aparecido en la edición semanal en lengua española de ese mismo periódico, 28-Mar-2014, págs. 6-7 (ver imagen); como también en la edición semanal en francés, 27-Mar-2014, pág 11.

Procedemos a transcribir el aludido artículo en español del card. Kasper.



En preparación del Sínodo sobre la familia
Misericordia y verdad

WALTER KASPER

La misericordia está vinculada a la verdad; pero también viceversa: la verdad está vinculada a la misericordia. La misericordia es el principio hermenéutico para interpretar la verdad. Significa que la verdad se debe realizar en la caridad (Ef 4, 15). Según la comprensión católica, se debe interpretar la palabra de Jesús en el contexto de toda la tradición de la Iglesia. En nuestro caso, esta tradición no es completamente de ascendencia única como a menudo se ha afirmado. Hay cuestiones históricas y diferentes opiniones de expertos que se deben considerar seriamente, de las cuales no se puede sencillamente prescindir. La Iglesia ha tratado continuamente de encontrar un camino más allá de rigorismo y laxismo, lo que quiere decir que ha buscado realizar la verdad en la caridad.

La unicidad de cada persona es un aspecto fundamental constitutivo de la antropología cristiana. Ningún ser humano es sencillamente un caso de una esencia humana universal ni puede ser juzgado sólo según una regla general. Jesús no habló nunca de un «-ismo»: ni de individualismo, ni de consumismo, ni de capitalismo, ni de relativismo, ni de pansexualismo, etc. En una parábola Jesús habla del buen pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la única que se había perdido, para llevarla de nuevo al redil. Y añade: «Así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15, 7). En otras palabras: no existen los divorciados vueltos a casar; existen más bien situaciones muy diferenciadas de divorciados vueltos a casar, que se deben distinguir con sumo cuidado. No existe tampoco «la» situación objetiva, que se opone a la admisión a la Comunión, sino que existen muchas situaciones muy diferentes. Si, por ejemplo, a una mujer la deja el marido sin culpa de su parte y, por amor a los hijos, necesita un hombre o un padre, trata de vivir honestamente una vida cristiana en el segundo matrimonio contraído civilmente y en una segunda familia, educa cristianamente a los hijos y se compromete ejemplarmente en la parroquia (como sucede muy a menudo), entonces también esto forma parte de la situación objetiva que se distingue esencialmente de la que lamentablemente se constata con mucha frecuencia, o sea, uno que, más o menos indiferente desde el punto de vista religioso, contrae un segundo matrimonio civil y vive así más o menos distante de la Iglesia. No se puede, por lo tanto, partir de un concepto de la situación objetiva reducida a un único aspecto. Más bien nos debemos preguntar seriamente si creemos realmente en el perdón de los pecados, como profesamos en el Credo, y si creemos realmente que uno que cometió un error, arrepentido de ello y, no pudiéndolo eliminar sin nueva culpa —hace sin embargo todo lo que le sea posible— pueda obtener el perdón de Dios.

Y entonces, ¿podemos nosotros negar la absolución? ¿Sería éste el comportamiento del buen pastor y del samaritano misericordioso? Para estos casos individuales, es verdad, la tradición católica no conoce, a principio de la oikonomía, pero conoce el principio análogo de la epiqueya, del discernimiento de los espíritus, de equiprobabilismo (Alfonso María de Ligorio), o bien la concepción tomista de la fundamental virtud cardinal de la prudencia, que aplica una norma general en la situación concreta (cosa que, en el sentido de Tomás de Aquino, no tiene nada que ver con la ética de la situación).

En resumen: no hay una solución general para todos los casos. No se trata «de la» admisión «de los» divorciados vueltos a casar. Es preciso más bien considerar seriamente la unicidad de cada persona y de cada situación y con atención distinguir y decidir, caso por caso. Al respecto, el camino de la conversión y de la penitencia, tan variado como lo conoció la Iglesia antigua, no es el camino de la gran masa, sino el camino de cristianos concretos que tomaron realmente con seriedad los sacramentos.

El beato John Henry Newman escribió el famoso ensayo On Consulting the Faithful in Matters of Doctrin; mostró que durante la crisis arriana de los siglos IV y V no fueron los obispos, sino los fieles quienes conservaron la fe en la Iglesia. En su tiempo, Newman fue muy criticado, pero así se convirtió en un precursor del Vaticano II, el cual puso de nuevo claramente en evidencia la doctrina del sentido de la fe que se dona a cada cristiano a través del bautismo (cf. Lumen gentium, 12, 35).

Es necesario considerar seriamente este sensus fidei de los fieles precisamente en nuestra cuestión. Aquí en el Consistorio somos todos célibes, mientras que la mayor parte de nuestros fieles viven la fe en el evangelio de la familia, en situaciones concretas y a veces difíciles. Por ello, nosotros deberíamos escuchar su testimonio y también lo que tienen que decirnos los colaboradores y colaboradoras pastorales y consejeros en la pastoral de las familias. Ellos tienen algo que decirnos.

Toda la cuestión no puede, por ello, ser decidida solamente por una comisión, formada sólo por cardenales y obispos. Esto no excluye que la última palabra en el Sínodo sea en acuerdo con el Papa. Respecto a nuestra cuestión hay grandes expectativas en la Iglesia. Sin duda no podemos dar respuesta a todas las expectativas. Pero si repitiésemos sólo las respuestas que presumiblemente se han dado desde siempre, esto conduciría a una pésima desilusión. Como testigos de la esperanza no podemos dejarnos guiar por una hermenéutica del miedo. Se necesita valentía y sobre todo franqueza (parrēsía) bíblica. Si no lo queremos, entonces más bien no deberíamos tener un sínodo sobre nuestro tema, porque en tal caso la situación sucesiva sería peor que la precedente.

Al abrir la puerta deberíamos dejar al menos una rendija para la esperanza y las expectativas de las personas. Y dar al menos un signo de que también por nuestra parte consideramos seriamente las esperanzas, así como las preguntas, los sufrimientos y las lágrimas de tantos cristianos serios.

Cuatro pasos

Las consideraciones presentadas en el Consistorio fueron precedidas, ya desde hace varios años de esta parte, por diálogos con pastores que trabajan apostólicamente, consejeros matrimoniales y familiares, así como con parejas y familias interesadas. Inmediatamente después de la relación, tales conversaciones fueron retomadas espontáneamente. Sobre todo hermanos religiosos quieren saber, en general rápidamente, qué deben o pueden hacer en concreto. Estas preguntas son comprensibles y justificadas. Sin embargo no hay recetas sencillas. Mucho menos se puede, en la Iglesia, imponer determinadas soluciones arbitrariamente o construir tramas amenazadoras.

Para llegar a una solución posiblemente unánime es necesario dar muchos pasos. En las cuestiones referidas a la sexualidad, el matrimonio y la familia, el primer paso consiste ante todo en llegar a ser nuevamente capaces de hablar y encontrar una vía de salida de la inmovilidad de un enmudecimiento resignado ante la situación de hecho. El simple preguntarse qué cosa es lícita y qué cosa, en cambio, está prohibida no es aquí de mucha ayuda. Las cuestiones relativas a matrimonio y familia —entre ellas la cuestión de los divorciados vueltos a casar es sólo una, si bien es un problema apremiante— forman parte del gran contexto dentro del cual se nos interroga acerca de cómo las personas pueden encontrar allí la felicidad y la plenitud de su vida.

De este contexto forma parte, esencialmente, el modo responsable y gratificante de relacionarse con el don de la sexualidad, don entregado y confiado por el Creador a los seres humanos. La sexualidad debe hacer salir del callejón sin salida y de la soledad de un individualismo autorreferencial y conducir al tú de otra persona y al nosotros de la comunidad humana. El aislamiento de la sexualidad de tales relaciones globalmente humanas y su reducción al sexo no ha llevado a la liberación tan ponderada, sino a su banalización y comercialización. La muerte del amor erótico y el envejecimiento de nuestra sociedad occidental son su consecuencia. Matrimonio y familia son el último nido de resistencia contra un economicismo y tecnificación de la vida que todo lo calcula fríamente y lo devora. Tenemos todas las razones para comprometernos lo más posible en favor del matrimonio y la familia, y sobre todo para acompañar y alentar a los jóvenes por este camino.

Un segundo paso, en el seno de la Iglesia, consiste en una renovada espiritualidad pastoral, que se despide de una avara consideración legalista y de un rigorismo no cristiano que carga a las personas con pesos insoportables, que nosotros clérigos no queremos llevar y que ni siquiera sabríamos llevar (cf. Mt 23, 4). Las Iglesias orientales, con su principio de oikonomía, han desarrollado un itinerario más allá de la alternativa entre rigorismo y laxismo, del que nosotros podemos ecuménicamente aprender. En Occidente conocemos la epiqueya, la justicia aplicada al caso particular, que según Tomás de Aquino es la justicia mayor.

En la oikonomía no se trata primariamente de un principio del derecho canónico, sino de una fundamental actitud espiritual y pastoral, que aplica el Evangelio según el estilo de un buen padre de familia, entendido como oikonómos, según el modelo de la economía divina de la salvación. Dios, en su economía de salvación, dio muchos pasos juntamente con su pueblo y en el Espíritu Santo recorrió un largo camino con la Iglesia. Análogamente, la Iglesia debe acompañar a las personas, en su caminar hacia el final de la vida, y debería ser aquí consciente de que también nosotros como pastores estamos siempre en camino y que con bastante frecuencia nos equivocamos, debemos comenzar de nuevo y —gracias a la misericordia de Dios, que jamás tiene fin— podemos incluso recomenzar siempre.

La oikonomía no es un itinerario o incluso una vía de escape a buen mercado. Ella hace considerar seriamente el hecho de que, como Martín Lutero formuló precisamente en la primera de sus tesis sobre la indulgencia de 1517, toda la vida del cristiano es una penitencia, es decir, un continuo cambiar de modo de pensar y una nueva orientación (metánoia). El hecho de que nosotros a menudo lo olvidemos y que imperdonablemente hemos descuidado el sacramento de la penitencia como sacramento de la misericordia, es una de las más profundas heridas del cristianismo actual. La vía penitencial (via poenitentialis) no es, por ello, sólo algo para divorciados vueltos a casar, sino para todos los cristianos. Sólo si en la pastoral nos orientamos de nuevo en este modo profundo y global, avanzaremos también en las cuestiones concretas que tenemos delante, paso a paso.

Un tercer paso se refiere a la traducción institucional de estas consideraciones antropológicas y espirituales. Tanto el sacramento del matrimonio como también el sacramento de la Eucaristía no son sólo un asunto individual privado: ellos poseen un carácter comunitario y público, y, por ello, una dimensión jurídica. El matrimonio celebrado en la Iglesia deber ser compartido por toda la comunidad eclesial, concretamente la parroquial, y el matrimonio civil está bajo la tutela de la Constitución y del ordenamiento jurídico del Estado. Considerados en este contexto más amplio, los procedimientos canónicos en cuestiones matrimoniales necesitan una reorientación espiritual y pastoral. Ya hoy existe un amplio consenso sobre el hecho de que procedimientos unilateralmente administrativos y legales, según el principio del tuciorismo, no hacen justicia a la salvación y al bien de las personas y a su situación concreta de vida, con frecuencia muy compleja.

Esta es una peroración no para una gestión más laxista y para una mayor amplitud en las declaraciones de nulidad matrimonial, sino más bien para una simplificación y aceleración de estos procedimientos y, sobre todo, para situarlos dentro de coloquios pastorales y espirituales, en el contexto de un asesoramiento de tipo pastoral y espiritual, en el espíritu del buen pastor y del samaritano misericordioso.

Se discute de modo controvertido sobre todo un cuarto paso, en relación a situaciones en las que una declaración de nulidad del primer matrimonio no es posible o, como sucede en no pocos casos, no se desea porque no es considerada honesta.

La Iglesia debería alentar, acompañar y sostener desde todo punto de vista a quienes, tras una separación civil, emprenden la difícil senda de permanecer solos.

Nuevas formas de Iglesias domésticas pueden ser aquí de gran ayuda y dar una nueva posibilidad de sentirse en casa. El camino para hacer posible los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía a divorciados que se han vuelto a casar civilmente, en situaciones concretas y tras un período de reorientación, se recorre en casos particulares con la tolerancia o con el tácito consentimiento del obispo. Esta discrepancia entre el ordenamiento oficial y la tácita praxis local no es una nueva situación buena.

Si bien una casuística no es posible y tampoco deseable, deberían ser válidos y públicamente declarados los criterios vinculantes. En mi relación traté de hacerlo. Este intento puede obviamente ser mejorado. Sin embargo la esperanza de muchísimas personas está justificada: la esperanza de que el próximo Sínodo, guiado por el Espíritu de Dios, tras ponderar todos los puntos de vista, pueda indicar un buen y camino común. (walter kasper)

Para debatir

«El tema del proceso sinodal, “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, indica con evidencia que las cuestiones pastorales urgentes pueden ser tratadas no de modo aislado, sino sólo sobre la base y en el contexto global del Evangelio y de la tarea de evangelizar, común a todos los bautizados. Por ello, en el debate deberían participar, no últimos, cristianos que viven en situaciones familiares y a veces en situaciones familiares difíciles». Así, el cardenal Walter Kasper, presidente emérito del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, en el prefacio del libro El Evangelio de la familia (Brescia, Queriniana, 2014, 78 páginas) que contiene su relación introductoria al consistorio del 20 y 21 de febrero pasado y dos textos inéditos que publicamos casi completos. «La publicación —explica el cardenal también en el prefacio— no pretende anticipar la respuesta del Sínodo. Quiere más bien confrontarse con los interrogantes y preparar bases para debatir sobre ello. A una respuesta, que esperamos sea unánime, podemos llegar sólo a través de la reflexión común sobre el mensaje de Jesús, a través de un intercambio —disponible a la escucha— de experiencias y argumentaciones y, sobre todo, a través de la oración común para recibir el Espíritu santo de Dios».


Fuente Secretum Meum Mihi, 28-Mar-2014.

El Espíritu Santo no es un titiritero.

Artículo aparecido en InfoCaótica, 30-Mar-2014.


Desmitificar tópicos sobre el Papa, por lo general vigentes en el catolicismo neoconservador, de matriz ultramontana, tiene un coste. Nunca falta la reacción de alguien, más o menos dolido, que viene a recordar al desmitificador algunos puntos de doctrina católica sobre los que pareciera dudar o no tener en consideración. Cuando uno lee a estos vengadores anónimos del neoconservadurismo se pregunta qué ideas sobre la Iglesia y el Papa están implícitas en sus comentarios. Intentaremos analizar algunas.

1.- El pontificado no es un sacramento. No se debe pensar en el pontificado como si fuera el bautismo de un adulto que produce un cambio ontológico radical en quien lo recibe, perdonando el pecado original y los pecados personales. El pontificado no es como un segundo bautismo; y si fuera posible hacer esta analogía, habría que recordar que el bautismo de adultos no suprime las malas inclinaciones provenientes de la vida pasada del converso. Ningún cardenal es perdonado de sus pecados ni rectificado en sus malas inclinaciones por llegar a ser Papa: conserva intactos su temperamento y su carácter; no se altera por ello el conjunto de virtudes intelectuales y morales, y los vicios que se le oponen, que conforman su segunda naturaleza.
En cuanto al sacramento del orden sagrado el Papa no recibe un cuarto grado del orden, que no existe; no es más que un obispo; y por este título el Papa es igual al resto de los obispos del mundo.
Igual a los obispos en cuanto al orden, la superioridad del Papa está en la potestad de jurisdicción. El Papa no recibe un nuevo sacramento sino un oficio singular: el primado. Es un obispo diocesano –obispo de Roma- con los poderes primaciales. Tampoco se trata de un oficio no episcopal, sino del primado de un obispo (con potestad suprema, plena, inmediata y universal) sobre toda la Iglesia; por ello recibe el nombre de obispo universal u obispo de toda la Iglesia.

2.- El Espíritu Santo asiste al Papa. Una verdad que no se puede negar ni poner en duda. Y sin embargo, cabría decir: “¡Oh, Asistencia!, ¡cuántas tonterías se dicen en tu nombre!
Para no errar desde el principio, se debe entender que el Espíritu Santo asiste a la Iglesia en múltiples formas y no de manera unívoca. En primer lugar, el Paráclito garantiza una Iglesia indefectible hasta la Parusía, lo que pone límites al potencial daño que pudieran causarle los malos papas, pero no imposibilita períodos de decadencia eclesial como la crisis arriana o el actual desastre postconciliar. También, bajo determinadas condiciones estrictas, el Espíritu Santo presta al Papa una asistencia infalible que obsta a que se equivoque en algunos de sus actos: es el carisma ministerial de la infalibilidad, un singular privilegio del sucesor de Pedro. Por ello pudo decir el cardenal Guidi, durante las sesiones del Vaticano I: “no se debe decir que el Papa es infalible, porque no lo es. Lo que hay que decir es que determinados actos del Papa son infalibles”.
Pero hay una importante cantidad de actos pontificios que cuentan sólo con una asistencia falible, en la que es posible encontrar errores, insuficiencias, olvidos, tensiones, momentos críticos... La mentalidad ultramontana nubla la inteligencia para captar de modo realista esta falibilidad pontificia y produce mistificaciones piadosas que Castellani llamaba fetichismo africano. Cuando los papas se equivocan, o pecan, no lo hacen porque el Paráclito les niegue su asistencia, sino porque libremente deciden no corresponder a su acción. Tenemos el ejemplo de los dos ladrones del Evangelio, Dimas y Gestas para la tradición, ambos asistidos por Cristo en el momento final de sus vidas. Uno, el buen ladrón, se dejó asistir; el otro, rechazó la ayuda del Señor. Asimismo, el Espíritu Santo nunca dejó de asistir al Papa Juan XXII y sin embargo se equivocó en un punto de doctrina. Parafraseando a Newman, ¿acaso el Paráclito omitió su asistencia divina a san Pedro en Antioquía, cuando san Pablo se le resistió, a San Víctor cuando excluyó de su comunión a las Iglesias de Asia, a Liberio cuando excomulgó a Atanasio, a Gregorio XIII cuando hizo acuñar una medalla en honor de la matanza de la noche de San Bartolomé, a Paulo IV en su conducta con Isabel (de Inglaterra), a Sixto V cuando bendijo la Armada, o Urbano VIII cuando persiguió a Galileo? Los ejemplos de Newman son discutibles en su dimensión histórica, pero lo cierto es que cuando los papas se equivocan, o pecan, lo hacen a pesar, y en contra, de la asistencia del Espíritu Santo.

3.- El Espíritu Santo respeta la naturaleza de las causas segundas. Dios gobierna el mundo con su Providencia. A los hombres concede Dios incluso el poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de “someter la tierra y dominarla” (Gn. 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación. Se trata de un caso particular del llamado "concurso divino": en las obras de las criaturas concurren la acción propia de la causa segunda (la criatura) y la acción de la causa Primera (Dios). Incluso cuando el Papa define ex cathedra, sin posibilidad de errar, es condición esencial que sea perfectamente libre en su acción, lo que está implicado necesariamente en las condiciones requeridas por el Vaticano I.


En las acciones humanas, el hombre “concurre” como causa inteligente y libre. Dios sabe perfectamente que el hombre es una causa segunda y no cambia la naturaleza humana. La asistencia del Paráclito no hace del Papa un ente carente de libertad, como los animales que obran por instinto, o los entes inanimados que actúan por el determinismo de las leyes físicas. La causalidad divina en la asistencia del Espíritu Santo nunca procede de modo mecánico. Se debe entender que una cosa es que Dios garantice abundantes gracias de estado al Romano Pontífice y otra muy distinta es que mute su naturaleza humana privándola de su libertad:

“…fácilmente se comprende que el hombre sea libre bajo la influencia de la gracia… Su libertad se realiza incluso oponiéndose al movimiento que procede de Dios. Pero tampoco la gracia eficaz le empuja como que fuera un trozo de madera o una piedra. En la gracia actual Dios causa la acción del hombre no con causalidad mecánica, sino de forma que el hombre siga siendo libre. Dios llama al hombre y el hombre debe responder libremente, sea consintiendo, sea negándose. Dios se apodera del espíritu humano de forma que sea él mismo quien obra y actúa. Es dogma de fe que el hombre sigue siendo libre bajo la influencia de la gracia actual” (Schmaus).

En conclusión, la asistencia del Paráclito no es causalidad mecánica que haga del Espíritu Santo una suerte de titiritero divino, ni implica correspondencia automática a las gracias de estado de parte del Papa convertido en una marioneta. Si no se entiende esto, se termina en una concepción docetista de la Iglesia –por la cual su parte humana no es real- y en una visión mecanicista de la acción del Paráclito. Todo ello es algo muy alejado de la realidad que puede producir enormes perplejidades.

Argentina: el primer bautismo para hija de matrimonio gay.

La noticia del “matrimonio igualitario” que realizará un bautismo bajo el visto bueno del obispo, ha trascendido los medios locales. La nota de Vatican Insider, 31-Marz-2014.



Argentina: el primer bautismo para hija de matrimonio gay

Un colaborador de Bergoglio en Buenos Aires explica las razones por las cuales el Papa pugna porque ningún niño quede fuera de recibir el bautismo, sin importar la situación de sus padres

ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ
CIUDAD DEL VATICANO

Se llama Umma Azul y es la hija de un “matrimonio igualitario” compuesto por dos mujeres. El próximo sábado 5 de abril será bautizada en la catedral de Córdoba, la céntrica ciudad argentina. Su madre y la pareja de ella, Soledad Ortiz y Karina Villarroel, recibirán la confirmación ese mismo día, antes del primer sacramento para la pequeña presidido por el párroco Carlos Varas.

En ese templo los bautismos se celebran los domingos, pero este será independiente, por instrucciones del obispo Carlos Ñáñez quien también dio indicaciones particulares respecto al acta bautismal. “Tuve una audiencia con el monseñor para que diera la orden y me confirmó que en la Catedral no habrá ningún problema”, dijo Karina. El clérigo también hizo recomendaciones respecto a los padrinos, un amigo de la familia y dos madrinas, una de ellas la presidente argentina Cristina Fernández de Kirchner.

El caso de las mujeres ha estado envuelto en polémica, especialmente porque Villarroel, que no fue la madre gestante, pretende que la Policía de la provincia, donde trabaja, le reconozca una licencia por maternidad de cuatro meses.

Ellas se unieron hace poco más de un año gracias a la ley del “matrimonio igualitario”. Fue la primera pareja en hacerlo en el territorio de Córdoba. “Si Bergoglio no hubiese sido Papa hubiera sido más complicado (el bautismo)”, reconocieron fuentes eclesiásticas.

Ya como arzobispo de Buenos Aires, el actual pontífice pugnó porque ningún niño quedase fuera de recibir el primer sacramento, sin importar la situación de sus padres. Esa solicitud era producto de una reflexión teológica profunda, explicó al Vatican Insider el sacerdote Javier Klajner, responsable de la pastoral juvenil en tiempos de Bergoglio y cercano colaborador de él como integrante del Consejo Presbiterial.

“Si la persona viene a pedir el bautismo ¿no existe una moción del espíritu? Lo que llamamos en teología, una gracia actual que le movió el corazón. Como el etíope en los hechos de los apóstoles cuando iba caminando y dice: acá hay agua, ¿qué impide que me bautices?”, indicó.

“Si un padre pide el bautismo para su hijo. ¿Qué hacemos? ¿No se lo damos? Francisco dice que nosotros somos ministros, no administradores en el sentido burocrático. En mi parroquia cualquier día se puede bautizar, en cualquier misa. Es una locura no hacerlo. Después no vengan a criticar que la gente no se bautiza, porque eso también es una contradicción”, señaló.

Aseguró que el arzobispo Bergoglio “se ponía muy mal” y se enojaba cuando sabía que en alguna parroquia no bautizaban a un chico por alguna razón. En el caso de las madres solteras solía decir: “Se jugó por tener el hijo, no abortarlo, y nosotros no se lo bautizamos. En una cultura que promueve inmediatamente el aborto, una madre dice no aborto y cuando lo quiere bautizar no lo logra”.

Precisó que esa actitud de apertura del bautismo para todos no responde sólo a una cuestión logística sino a un “principio teológico profundo” contra el cual no se puede ir. “El principio dice: ‘Extra ecclesiam nulla salus’. Fuera de la Iglesia no hay salvación. Si no lo bautizo, ¿es parte de la Iglesia?”, recordó.

Klajner insistió que al negar el bautismo por situaciones pastorales se le quita al bebé la posibilidad de tener acceso al resto de los sacramentos y, a final de cuentas, se le impide ser parte de la Iglesia.  


“Detrás de un pedido que nos hacía como obispo, existe una reflexión profunda. Teología pastoral. Es mucho más profundo que una simple solución logística. En seis años (en Buenos Aires) casi cuadriplicamos la cantidad de bautismos. ¿Eso qué quiere decir? ¿Qué la gente no quería bautizar o que no encontraba la oportunidad?”, estableció.

domingo, 30 de marzo de 2014

Mons. Juan Straubinger: Reglas católicas para la lectura de la Sagrada Escritura.


Como poseemos en el magisterio infalible de la Iglesia la próxima y última regla de nuestra fe, la lectura de la Sagrada Escritura no es requisito indispensable para nosotros. Sin embargo, desde los tiempos de los apóstoles hasta las más recientes manifestaciones de las autoridades eclesiásticas, fue inculcado y sigue siendo inculcado el leer y estudiar las Escrituras a fin de profundizar la fe y ampliar y arraigar los conocimientos religiosos, y principalmente, para conocer la persona, vida y doctrina de nuestro Salvador Jesucristo. “Ignora a Cristo quien ignora las Sagradas Escrituras.” (San Jerónimo).
Más aun insiste San Juan Crisóstomo en la lectura del libro divino, por ejemplo en su primera homilía a la Epístola de San Pablo a los romanos: “Como los ciegos se hallan incapaces de ir derecho, así los privados de la luz que resplandece de las Escrituras Divinas, yerran continuamente puesto que caminan en espesas tinieblas.”
¡Ay de los muchos que hoy en día recorren los caminos de un mundo tempestuoso sin la luz del Evangelio!

I. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de fe.

El hombre que vacila en la fe, “es semejante a la ola del mar alborotada y agitada por el viento, acá y allá” (Santiago 1, 6). El hombre de ánimo doble, que está dividido entre Dios y el diablo, es inconstante en todos sus caminos. En vez de enseñarle y consolarle, la palabra de Dios le sirve para su ruina.
¡Cuántas veces Nuestro Señor no ha insistido en la necesidad de la fe!: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la misma hora la hija quedó curada.” (Mat. 15, 28). Negó el médico divino varias veces su ayuda por faltar la fe, por la incredulidad de los suplican­tes. “Tenéis poca fe... si tuviereis fe, como un granito de mostaza, podréis decir a este monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará y nada os será imposible.” (Mat. 17, 19). Jamás olvidemos el lamento del Señor: “¡Oh raza incrédula y per­versa! ¿hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿hasta cuándo habré de sufriros?” (Mat. 17, 16).

II. Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de humildad.

Los misterios del reino de Dios no se revelan a la sabiduría puramente humana, por grande que sea el genio de sus maestros, sino sólo a los humildes. La humildad, la virtud de los pequeños es indispensable, para que el lector de la Biblia saque los valores intrínsecos del libro de los libros. Hay que volver a ser niño; hay que exponerse con espíritu sencillo e inocente a los rayos de la luz que, por falta de nombre adecuado, definimos con el nombre de misterios.
De otro modo no podríamos comprender el espí­ritu del Evangelio, ni aplicarlo a la vida: “En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 18, 3). Y para grabar esta amonestación en los corazones de sus discípulos, Jesús llamando a un niño y colocándolo en medio de ellos, les dio una lección más elocuente que todas las palabras.
“Quien se humillase, será ensalzado.” (Mat. 23, 12). Quien con espíritu de niño se acerca a los tesoros de la Sagrada Escritura, los conseguirá. A los demás, los orgullosos y presumidos, los pre­suntuosos y ambiciosos se les cierra la puerta.
Saca, pues, saca, alma mía. El pozo es pro­fundo; y jamás se agotará.

III. Leamos la Sagrada Escritura con el propósito de reformar nuestra vida.

La senda que conduce a la vida eterna, es estrecha, mientras que el camino que conduce a la perdición, es ancho y espacioso (Mat. 7, 13-14). ¿Quién será nuestro guía en la estrecha senda? Abre el Evangelio, lee las Escrituras; medita un ratito sobre las enseñanzas que te brinda el Evangelio en cada página; y encontrarás al guía que te hace falta. La palabra de Dios es uno de los medios más apropiados para nuestra salvación; sólo que debemos ponerla en práctica, como dice Santiago: “Recibid con docilidad la palabra ingerida que puede salvar vuestras almas. Pero habéis de ponerla en práctica, y no sólo escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta con oír la palabra, y no la practica, este tal será parecido a un hombre que contempla al espejo su rostro nativo y que no hace más que mirarse, y se va y luego se olvida de cómo está.” (Santiago 1, 21-24). El Evangelio es, pues, el espejo en que hemos de contemplar el semblante de nuestra alma, para ver las faltas que la manchan. Si no, somos como aquel hombre olvidadizo que se engaña a sí mis­mo, no sabiendo cuál es su rostro.
Reformar la vida, conformar la conducta a los preceptos del Evangelio; he aquí los frutos más provechosos de la lectura del Evangelio. Leyén­dolo, meditándolo dejamos de ser injustos, menti­rosos, avaros, orgullosos. La palabra de Dios penetra en el alma como una espada de dos filos (Hebr. 4, 12), que ha de apartar a los malos de los buenos; que va a despertar a los ociosos y rechazar a los presuntuosos; que está destinada a humillar a los doctos vanidosos, pero a satis­facer a quien con razón recta y pura busca a Dios y la salud eterna.
¡Ojalá busquemos con toda el alma esa fuente de regeneración moral!

IV. Leamos la Sagrada Escritura todos los días.

¿Por qué todos los días? ¿No bastaría leer la Biblia una sola vez, como los otros libros, y des­pués depositarla en la biblioteca? No, amigo mío. La Sagrada Escritura es un libro de categoría superior, y no como los demás de tu biblioteca, muchos de los cuales, una vez leídos no valen más que el polvo que los cubre.
Hallábase en Alejandría, en Egipto, la más rica biblioteca que se conocía en la antigüedad, una verdadera maravilla de riqueza literaria. Sin em­bargo, los musulmanes cuando ocuparon aquella ciudad, arrojaron al fuego todos los libros de la biblioteca argumentando: o consienten con el corán (libro santo de los musulmanes) o no consienten con él. En el primer caso son superfluos, en el segundo malos.
Hay en realidad un libro de que se podría afir­mar la preeminencia que los secuaces de Mahoma atribuyen al coran. Es la Sagrada Escritura. Por tanto ya León XIII concedió indulgencias a los que leen la Sagrada Escritura: una indulgencia de 300 días para la lectura de quince minutos y una indulgencia plenaria a los que durante un mes observen tan provechosa práctica. Pío X no desea más que la lectura diaria de la palabra de Dios.Benedicto XV repite la misma intimación en la Encíclica llamada de San Jerónimo del 15 de Sept. de 1920: “Toda familia debe acostum­brarse a leerlo y usarlo (el Nuevo Testamento) todos los días.”

V. Leamos la Sagrada Escritura en la familia.

“Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos.” (Mat. 18, 20). Estas palabras del Señor, además de verificarse constantemente en la comunidad de la Iglesia, siguen cumpliéndose donde quiera que dos o tres se reúnen en nombre de Jesús para la lectura común de la Biblia en la familia. ¡Qué aspecto tan hermoso! El padre, rodeado de sus hijos, leyendo en voz alta el Evangelio, y añadiendo algunas anotaciones que el sentimiento religioso y la responsabilidad paterna le dictan!
La familia que diariamente se reúne pura la lectura de la Biblia, es un pilar del temor de Dios, un fuerte fundamento de la vida religiosa y un dique contra las ideas perversas. “¡Que no haya ninguna familia sin el Nuevo Testamento” Este deseo de Benedicto XV sea para nosotros un precepto. Tan pronto como las familias se pongan a leer la Biblia, el mundo se cambiará, porque de la familia inspirada en la doctrina del Evangelio, surge el renacimiento de la humani­dad, así como la regeneración del cuerpo procede de la célula.

VI. Siete consejos para los lectores de la Sagrada Escritura.

1° Antes de leer, recoge tus pensamientos. Dios, la verdad eterna quiere dialogar contigo fami­liarmente. ¿Hay un honor más alto que conver­sar con Dios?
2° Luego pide al Espíritu Santo la gracia de entender su Palabra. Piensa que el sacerdote antes de leer el Evangelio de la misa, está obli­gado a rezar el “Munda”, el “limpia mi corazón y mis labios”.
3° No leas demasiado de una vez. La Sagrada Escritura no es una novela. Dios no habla por la multitud de palabras sino más bien mediante la fuerza del espíritu, infusa en las palabras de la Sagrada Escritura.
4° Después de leer hay que meditar los ver­sículos leídos. En otras palabras: no sólo estudiar el contenido sino prestar los oídos a las inspira­ciones de Dios.
5° Cuando no comprendas lo que lees, consulta las notas añadidas, los comentarios o a un sacer­dote. La Iglesia, y no el lector, es intérprete de la Sagrada Escritura.
6° Acaba la lectura con una oración y acción de gracias por las ilustraciones que Dios te ha regalado.
7° Escribe en un cuaderno cuanto quieras gra­bar en la memoria para leerlo repetidas veces. Así se aumenta la eficacia de la Palabra de Dios.

VII. Pongamos el hacha en la raíz.

¿Qué es lo que debemos hacer? preguntaba la gente que salía a Juan el Bautista (Luc. 3, 10). ¿Qué exige de nosotros la situación religiosa de nuestro tiempo y país? “La segur”, responde el Bautista, “está ya puesta en la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.” (Luc. 3, 9). Hoy también la gente va a buscar “la salud de Dios.” (Luc. 3, 6). El gran predicador del Jordán necesita sucesores que sin cesar proclamen lo que “la voz en el desierto” proclamaba: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Luc. 3, 4). Voz en el desierto son todos aquellos que tratan de difundir la palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura.
Dios, quien es el inspirador de toda actividad fecunda, conduzca nuestros pasos, a fin de que de la lectura cotidiana del Evangelio nazcan siempre más beneficios para nuestra alma y para la patria; y que así vaya a cumplirse el dicho del apóstol: Toda escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corre­gir, para dirigir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra buena. (II. Tim. 3, 16-17).


Mons. Dr. Juan Straubinger, Profesor de Sagrada Escritura. Tomado de “El Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo”, Editorial Guadalupe, Bs. As., 1942. Visto en Syllabus, 26-Mar-2014.

viernes, 28 de marzo de 2014

“Efecto Francisco”: Arzobispado de Córdoba bautizará a la nena con dos mamás.


Como se comenta en PCI, 27-Mar-2014:

Todo es el horror: la niña será “educada” en la perversión, y las “madres” recibirán la confirmación, que es sacramentos de vivos, en pecado mortal gravísimo bajo las narices y con el consentimiento del obispo. La confusión y el daño para las almas es inestimable, solo Dios puede saberlo.
Francisco lo ha logrado. Mons. Ñañez podía ser peor y bajo este pontificado alcanzó el máximo de su potencia.
Los subrrayados en las notas son nuestros.

Información de La Voz, 26-Mar-2014.

Bautizarán en la Catedral a la hija de dos madres

Umma Azul, hija de Karina y Soledad, será bautizada el sábado 5 de abril y Cristina Fernández sería la madrina, según anunciaron.

Por Redacción LAVOZ

El próximo sábado 5 de abril, Umma Azul será bautizada en la Catedral y la presidenta Cristina Fernández sería la madrina.
Se trata de la hija de Karina Villarroel y Soledad Ortiz, las dos cordobesas que contrajeron matrimonio hace poco más de un año y en torno a las cuales se desató una polémica por el pedido de licencia en la Policía de la Provincia por parte de la primera.
La ceremonia será más que especial: Cristina Fernández habría accedido al pedido de las mujeres, que agradecen la ley de matrimonio igualitario en el país por el que pudieron instituirse en familia de manera legal.
Este diario intentó confirmar el madrinazgo en Documentación Presidencial, de Casa Rosada, sin obtener respuesta. “La semana pasada me hablaron de Anses, porque me estaba buscando desde ‘madrinaje presidencial’ y no me podían contactar”, contó Karina. “Al otro día me hablaron de Presidencia para saber cuándo iba a ser el bautismo, porque querían participar. Es que somos la primera familia homoparental que bautiza a una hija”, agregó emocionada.
Karina y Soledad tuvieron que pedir la autorización del Arzobispado. “Tuve una audiencia con el monseñor Carlos Ñáñez para que diera la orden y me confirmó que en la Catedral no habrá ningún problema”, explicó. El párroco Carlos Varas presidirá la ceremonia.
Las dos mujeres tomarán la confirmación el mismo día y a las 10.30 será el bautismo de Umma Azul, que tendrá un padrino amigo de la familia y dos madrinas, la presidenta y una amiga. “Queremos que tenga una madrina en Córdoba también. No creo que Cristina venga para los cumpleaños”, dijo Karina entre risas.
“Pedimos que la presidenta fuera madrina como una forma de agradecerle. Fue gracias a ella que nosotras nos pudimos casar y hoy podemos tener una bebé con los mismos derechos que el resto de los niños”, agregó emocionada.
La Catedral celebra los bautismos los días domingos, pero el de Umma Azul será un sábado. “Va a ser solamente el bautismo de la nena, por si viene la presidenta”, explicó Karina. “¡Si viene ella nos morimos!”, reconoció.

Sigue la lucha

En tanto, Karina, perteneciente a la fuerza policial de la Provincia, continúa en la lucha luego de que realizara un planteo legal para que se le reconociera la licencia por maternidad de 180 días, pese a no haber sido la madre gestante. Aún continúa con un sumario administrativo y su sueldo está retenido. La Policía aseguró que la mujer hizo abandono de servicio.

Según el recibo

Hasta el mes pasado, en el recibo de sueldo figuraba su baja en trámite. Ahora, dice “en disponibilidad y con retención total de sueldo”, aseguró su esposa, Soledad Ortiz. “Si la vemos a la Presidenta, vamos a contarle acerca de toda esta discriminación”, señalaron.


Y otra información aparecida en MDZ, 27-Mar-2014.

Arzobispado de Córdoba bautizará a la nena con dos mamás

Es la primera vez en el culto católico; se trata de la hija del matrimonio de la policía Karina Villarroel y Soledad Ortiz y quieren que Cristina Kirchner sea la madrina

El arzobispado de Córdoba autorizó el bautismo de una nena hija de una pareja constituida por personas del mismo sexo, en el primer caso registrado en un templo católico de la Argentina, confirmaron fuentes eclesiásticas. La celebración del sacramento se hará el 5 de abril próximo en la catedral cordobesa Nuestra Señora de la Asunción y será presidido por el sacerdote Carlos Varas.

Fuentes eclesiásticas admitieron ante DyN que el prelado pidió a Varas que le transmita a la pareja, constituida por dos mujeres, que tengan “especial atención” en la elección de los padrinos, a fin de que la niña “pueda crecer en la fe” católica. Este será, señalan las fuentes eclesiásticas, “el primer bautismo de un hijo de una familia homoparental” que se celebrará en un templo católico del país.

“Tuvimos una audiencia con monseñor Ñáñez y nos dijo que no había problema para que la beba sea bautizada en la catedral”, declaró por su parte la pareja.

La nena es hija de Karina Villarroel, integrante de la Policía cordobesa, y Soledad Ortiz, quienes se casaron hace poco más de un año gracias a la ley de matrimonio igualitario. La pareja mantiene una disputa legal para que las autoridades policiales le reconozcan a Villarroel la licencia por maternidad de 180 días, pese a no ser la madre gestante.

Si Bergoglio no hubiese sido Papa hubiera sido más complicado”, confiaron finalmente.

jueves, 27 de marzo de 2014

Francisco: “El trabajo de los curas villeros no es ideológico sino apostólico”.


“El trabajo de los curas villeros no es ideológico sino apostólico; aquellos que piensan que hay dos iglesias se equivocan y no entienden cómo se trabaja en las villas de emergencia”.
Francisco, en FM Bajo Flores (FM 88.1), TÉLAM, 14-Mar-2014.



“Toto” De Vedia, uno de los “curas villeros” protegidos por Bergoglio.
La foto se comenta sola.

Para el Superior General de los jesuítas la religión “es una sensibilidad”.


Como ya han advertido otros sitios (aquí, aquí), el Superior General de los jesuítas, el p. Adolfo Nicolás, durante un acto en la Universidad Gregoriana, ha sostenido esta herejía:

“Más que un código de doctrinas y enseñanzas, la religión es una sensibilidad frente a las dimensiones trascendentes que están detrás de la experiencia humana y se parece más al sentido musical que a un sistema racional de enseñanzas y explicaciones”

También, Adolfo Nicolás, defiende a los “diáconos casados” y “diaconado femenino” (ver aquí el discurso).

Como señala el blog de Augusto Padilla Catapulta (25-Mar-2014), a semejantes delirios, se podría transcribir íntegramente la encíclica Pascendi, pero bastaría con estos párrafos para mostrar el grave error inmanentista que predica el jesuíta español:

“El aspecto positivo (de la doctrina de los modernistas) está constituido por la llamada inmanencia vital.

“…abolida por completo toda revelación externa, resulta claro que no puede buscarse fuera del hombre la explicación apetecida, y debe hallarse en lo interior del hombre; pero como la religión es una forma de la vida, la explicación ha de hallarse exclusivamente en la vida misma del hombre. Por tal procedimiento se llega a establecer el principio de la inmanencia religiosa. En efecto, todo fenómeno vital —y ya queda dicho que tal es la religión— reconoce por primer estimulante cierto impulso o indigencia, y por primera manifestación, ese movimiento del corazón que llamamos sentimiento. Por esta razón, siendo Dios el objeto de la religión, síguese de lo expuesto que la fe, principio y fundamento de toda religión, reside en un sentimiento íntimo engendrado por la indigencia de lo divino.

“…esa indigencia de lo divino …al principio yace sepultada bajo la conciencia, o, para emplear un vocablo tomado de la filosofía moderna, en la subconsciencia, donde también su raíz permanece escondida e inaccesible.

“Por tradición entienden los modernistas cierta comunicación de alguna experiencia original que se hace a otros mediante la predicación y en virtud de la fórmula intelectual; a la cual fórmula atribuyen, además de su fuerza representativa, como dicen, cierto poder sugestivo que se ejerce, ora en el creyente mismo para despertar en él el sentimiento religioso, tal vez dormido, y restaurar la experiencia que alguna vez tuvo…”


El “efecto Francisco” continúa. Los modenristas siguen multiplicándose y saliendo del closet.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Breve diccionario de respuestas.

En el blog del conocido sacerdote español José Antonio Fortea, en la entrada titulada “Declaraciones del Papa Francisco”, 20-Sep-2013, dice:

He recibido un cierto número de emails en los últimos meses, preguntándome a nivel personal qué pienso de tal o cual declaración del Papa Francisco.
En ciertos de esos emails, percibo una cierta preocupación. Algunos tienen la sensación indefinida de temor a que diga que es blanco lo que es negro. 
Quedaos tranquilos. Tenemos un pastor visible sobre la tierra, y Dios quiere que obedezcamos a nuestro legítimo supremo pastor: el Papa.
En el ajedrez de la fe, las reglas están claras. Y el Papa puede mover las fichas a su antojo. Mientras las mueva según las reglas, tiene toda la libertad del mundo para hacer las jugadas que desee.
¿Y si el Papa realiza un movimiento que no está permitido? Entonces somos nosotros los equivocados al pensar que ese movimiento no estaba permitido.

Acabamos de leer un clarísimo postulado de abolición de la inteligencia y de exhortación al voluntarismo por sobre el juicio crítico que de ella se deriba. De ahí que publicamos estas interesantes respuestas (originalmente publicadas en The Wanderer, 25-Mar-2014) a ese tipo de objeciones carentes de sentido común. Aquí las respuestas:


Breve diccionario de respuestas


Se trata de un Breve Diccionario, que puede ser completado y perfeccionado, con las respuestas a las argumentaciones papolátricas de los católicos neocones.

1) “A mí no me gustaba Bergoglio cuando estaba en Buenos Aires. Pero, desde que es papa, debemos ser fieles a él y obedecer y aceptar todo lo que enseña, incluso en nuestra interioridad, aunque no siempre estemos de acuerdo o comprendamos el motivo por el que dice algunas cosas”.

Esta es la objeción típica de un neocon, particularmente popularizada por el Opus Dei y sus epígonos. Lo que postulan, en definitiva, es la abdicación de la inteligencia y del juicio crítico. Así, con la inteligencia vedada, queda la sola voluntad que, como sabemos, es ciega. El que “ve” por nosotros no es nuestra inteligencia sino el papa. Abdico, entonces, de mi función y del deber impuesto por mi propia naturaleza humana de ver y juzgar por mí mismo y se la entrego al pontífice romano, o al obispo, o al superior.
No podemos negar que se trata de una posición muy cómoda. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, y es así. “Inteligencia que no juzga, cristiano sin problemas”, podríamos traducir, porque soportar día a día las sandeces que se dicen y se hacen en la colina Vaticana cuesta y provoca dolor, sufrimientos, malasangre, depresiones y problemas cardíacos. Y muchos saben que no exagero. Si yo no veo cómo preparan las empanadas en la rotisería de la esquina, las como con gusto. Si, en cambio, veo la calidad de la carne, el estado de las cebollas y las condiciones de higiene del lugar, nunca más volveré a comprar empanadas allí y tendré que caminar quince cuadras para encontrar otra rotisería. Es más cómodo no ver.
Nuestra fidelidad como cristianos no es al papa, que es un personaje circunstancial, sino que es a Cristo y al Evangelio. Por cierto, Cristo designó a Pedro como la piedra sobre la que edificó a su Iglesia, y Francisco es el sucesor legítimo de Pedro. Pero ha sido la misma Iglesia la que, a lo largo de los siglos y basada en la Tradición y las enseñanzas apostólicas, nos ha señalado en qué aspectos debemos ser fieles al Vicario de Cristo. Y todos sabemos que la fidelidad estricta se refiere exclusivamente a los actos magisteriales que comporten definiciones dogmáticas, es decir, el magisterio extraordinario. También debemos observar y respetar las enseñanzas del magisterio ordinario y no cuestionarlas porque se nos ocurra o porque no nos gusten. En todo caso, deberemos tener razones muy fundadas para hacerlo.
Pero, por ejemplo, las homilías diarias de Francisco en la Casa San Marta, ¿son acaso parte del magisterio petrino? Por cierto que no lo son, y ningún católico está obligado a seguirlas. Más aún, si alguien, en uso de su inteligencia juzga que están equivocadas, no debe seguirlas porque no puede ir contra lo que el mismo Dios le ha dado como parte de su naturaleza, vale decir, el uso de capacidad intelectual.
¿Francisco ha hecho uso del magisterio apostólico en este primer año de su pontificado? No lo sé con certeza, pero sospecho que no. Ciertamente, no hay actos de magisterio extraordinario. Y con respecto al ordinario, podría discutirse si la exhortación Evangelii gaudium lo es. Y pareciera que no. Es esa la opinión que ha expresado públicamente el cardenal Burke que es, justamente, la persona más apropiada en el mundo para expedirse sobre el tema: es el Prefecto de la Signatura Apostólica, es decir, la cámara que interpreta el derecho canónico.
Decía el beato cardenal Newman que, con exigirles a los hombres que adhirieran a los artículos de la fe contenidos en el Símbolo niceno-constantinopolitano, ya era mucho. Y tenía razón. La inteligencia es una cosa seria, y no es cuestión de pedirle a cada rato que cierre los ojos para que la voluntad adhiera a algo que no ve. Yo le puede pedir a mi inteligencia que no emita juicio frente a lo incomprensible que implica la existencia de un solo Dios y tres personas distintas, y que deje que la voluntad adhiere a este dogma de fe. Pero no puede pedirle que cierre los ojos y considere, por ejemplo, que los cristianos no podamos juzgar la conducta de los homosexuales cuando veo claramente que se trata de actos que van contra la naturaleza humana y que han sido condenados por la Escritura y por la Tradición.

2) “Lo que pasa es que ustedes siguen viendo en el papa Francisco al cardenal Bergoglio. Pero éste no existe más. Ahora es Francisco”.

Afirmación tan cierta como el cuento de Caperucita Roja. Apto para ser contado a niños de jardín de infantes y a allegados del Opus Dei que, de esa manera, seguirán ocupados en sus negocios y en hacer dinero y se evitarán problemas, y también que sus dudas con respecto al papa pueda influir en los montos del cheque mensual que depositan en las alcancías de la Obra.
Yo pregunto, ¿de dónde sacaron tal afirmación? ¿Qué santo doctor de la Iglesia la propuso? ¿Qué Concilio Ecuménico la sancionó? Muéstrenme que forma parte de la Tradición de la Iglesia….
Son preguntas que quedarán sin respuestas, a no ser que consideren alguna charlita de don Josemaría como divinamente revelada. Y esto por una sencilla razón: el único modo de salvar una afirmación de ese tenor sería, cuanto menos, postular la existencia de un octavo sacramento. Ocurre que nada a nivel natural y metafísico puede transformarse en otra cosa. Juan no puede transformarse en Pedro (aunque ahora, con la ley de género y según nos advierte el vicario general de la diócesis de La Rioja, puede transformarse en Solange Lisette) y Bergoglio no puede transformarse en Francisco. Quiero decir, no puede haber cambio de forma sustancial. Francisco sigue siendo el mismo Bergoglio vivito y coleante que conocimos como arzobispo de Buenos Aires, aunque se haga llamar con otro nombre.
Los sacramentos de la Iglesia, por virtud del Espíritu Santo, sí tienen poder de transformación, y es así, por ejemplo, que en la Santa Misa el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo, y que en el sacramento de la confesión nuestra alma sucia por el pecado como la grana se convierte en blanca como la nieve. Pero no existe el “sacramento del papado”. No hay transformación luego de la elección del Romano Pontífice.
Seguramente argüirán lo siguiente: “Tiene la gracia de estado”. Por supuesto que es así, y se trata de la misma gracia de estado que asiste a Juan cuando se casó para ser un buen esposo, y María, cuando dio a luz, para ser una buena madre. Pero la doctrina católica es muy clara al decir que la gracia, en absoluto, no supone ni una extinción de nuestra libertad anterior por efecto del pecado original y sus consecuencias ni, menos todavía, una pura y simple sustitución de nuestra libertad. Es decir que, si el papa Francisco quiere seguir rosqueando para que Massa no pueda ser el próximo presidente de Argentina, para lo cual recibe al muchachito de La Cámpora encargado de la redacción del nuevo código penal y le dice que está preocupado por las tendencias punitivistas que observa en algunos políticos del país, por más toneladas de gracia de estado que le echen encima, no se conseguirá nada, porque primero está su libertad, y Dios la respeta.  


3) “Al Papa lo elige el Espíritu Santo”.

Otro cuento para niños de jardín y para neocones. Al papa lo eligen los cardenales luego de roscas, intrigas, pactos y cotilleos. Y siempre fue así. Y antes era peor, porque para librarse de un enemigo no hacían como el cardenal Sandri, que repartió a los conclavistas el curriculum oculto de Bergoglio –y no le valió de nada-, sino que directamente lo envenenaban o lo encarcelaban, o le pinchaban la rueda del auto –o le quebraban la pata al caballo- para que llegara tarde al cónclave.
El Espíritu Santo, en todo caso, actúa consecuentemente a la acción de los hombres. “Eligieron a este pelmazo. Veamos qué podemos hacer con él”, y hace lo que puede.
“Yo no diría que al papa lo elige el Espíritu Santo. De hecho, hay papas que el Espíritu Santo nunca habría elegido”. Estas no son palabras mías sino del cardenal Ratzinger como pueden leer aquí.

4) “Puede ser que ustedes en varias cosas tengan razón, pero somos católicos y, por tanto, debemos cerrar filas con el papa y no criticarlo, para no dar pasto al enemigo”.

Justamente, somos católicos o, mejor aún, somos cristianos, y debemos cerrar filas con Cristo, y no con el papa que, repito, es un personaje circunstancial. Si se trata de cerrar filas con el papa, o con el obispo, en definitiva no somos religiosos; somos afiliados a un partido político. Lo mismo hacen los peronistas: cierran filas con su líder humano, aunque no se lo traguen, porque si no, los radicales les ganan las elecciones.
La fe y la religión cristiana tienen un solo líder, que es Cristo. No tienen un caudillo, que podría ser el papa, el obispo o el fundador de la congregación. Claro que es mucho más fácil tener caudillo, porque lo veo, lo escucho, lo toco y me provoca el constante entusiasmo triunfalista como podemos ver, por ejemplo, en las Jornadas Mundiales de la Juventud o en las obscenas audiencias de los miércoles en la plaza San Pedro: cientos de miles de personas vitoreando a un caudillo, llámese éste Francisco, Benedicto o Pío, lo mismo da. Yo no veo mucha diferencia con las multitudinarias reuniones de Nüremberg en los años ’30 o con las plazas de Mayo abarrotadas de los ’40 o ’50.

En general, seguir a Cristo no provoca entusiasmo. Quizás al principio y después, de vez en cuando, cuando Él lo quiere. Si no, es caminar y caminar en el Bosque Oscuro, con claros de a ratos, y no mucho más que eso. Y si no me creen, pregúntele a Santa Teresita, que lo dejó escrito no como Tolkien en una saga, sino en su Historia de un alma.


5) “Yo prefiero seguir los tres amores blancos de los que habla San Juan Bosco: la Eucaristía, la Virgen y el Papa”.

Con todo el respeto y afecto que me merece Don Bosco, no es infalible, y esto la pifió. Poner en el mismo nivel al Señor realmente presente en la Eucaristía, a la Santísima Virgen y al Papa es, casi casi, una superchería propia de una tribu africana o de los budistas que consideran que el Dalai Lama es una encarnación divina.
Ciertamente, la expresión puede ser bien entendida y, estoy seguro, que el santo la explicaba muy bien en las “buenas noches” que diariamente impartía a los niños de sus hogares.
Dicho de otro modo, es una frase para provocar devociones sanas a grupos de niños y adolescentes sacados de las calles de Turín en la segunda mitad del siglo XIX. Y no más que eso. Y es muy fácil entender el porqué: eran justamente los piamonteses quienes, liderados por Garibaldi y otros masones, marchaban por eso años sobre los Estados Pontificios para acabar con el papa y lograr la unificación italiana. Por eso motivo, y como propaganda política, se presentaba al papa y al papado como los enemigos de la “patria” italiana, tan enemigo como lo era el emperador austro-húngaro o los Borbones del reino de Nápoles. Es decir, politiquería y patrioterismo o, en otros términos, manipulación de las conciencias. Frente a eso, Don Bosco propone una “devoción” por el papa, exagerándola a mi entender, para contrarrestar las palabras e intenciones de los garibaldinos.

Pero eso no justifica a adoptar tal cual la expresión en épocas contemporáneas.