lunes, 15 de octubre de 2012

Carta de una fiel a Mons. Aguer. Sobre la defensa de la Catedral de La Plata


Excelentísimo Arzobispo de La Plata

Monseñor Aguer:

Le escribo desde lo más profundo de mi alma católica. Soy fiel de esta Diócesis y ayer estuve en la defensa de la Catedral.
            Ya debe saber lo que ocurrió allí. Si lo vio desde la Curia tal vez no captó enteramente lo ocurrido, entonces le voy a contar. Yo estuve a un metro de los manifestantes abortistas, que marcharon luego de uno de esos congresos de adoctrinamiento marxista que están tan de moda últimamente, con la intención de pintarrajear la casa de Dios, nuestra Catedral.
            Con un conjunto de fieles nos ubicamos en la base de las escalinatas, para impedir el paso. La policía a los costados en silencio. Las abortistas, rugiendo, vociferando insultos a Ntro. Señor, a Su Madre y a la Santa Iglesia. Delante, muy cerca mío un sacerdote, detrás fieles y algún otro cura. No mucho más.

Aquellas endemoniadas nos cantaban “cada vez son menos” y tenían razón.

¿Dónde estaba usted? ¿Dónde el resto de los sacerdotes? ¿O el Seminario?

Silencio. No estaban.

Me duele la jerarquía de la Iglesia, Monseñor, me duele muchísimo. Y no me duelen los escupitajos con los que me cubrieron, ni los envases de aerosol que me arrojaron, ni los insultos impuros con los que marcharon mis oídos de mujer católica. Me duele el alma. Y no por mí, por ustedes.
Usted se lo perdió. Perdió la oportunidad de ser humillado, escupido y golpeado por Cristo. Y lo merecía, merecía esa humillación. Y ¿sabe por qué? Porque ha sido uno de los pocos miembros de la Jerarquía mediocre de la Iglesia argentina que ha dado la cara por Cristo. Y su presencia ayer hubiese sido magnífica. Hubiese sido una hermosa obra para presentar a los pies de Ntro. Señor, cuando le llegue la hora de dar cuenta de su vida.
Sólo imagine, en la base de las escaleras, Usted, junto a los sacerdotes de esta Diócesis, detrás los seminaristas y luego los laicos. Si usted estaba allí, hubiesen ido todos, lo puedo asegurar.
Imagine la repercusión en los medios de comunicación, a nivel nacional e internacional. ¿Puede hacerlo? Yo desperté hoy, pensando en ello. Imagine el coro angélico en el Cielo vivando aquel acto, piense en la Santísima Virgen.

La marcha de ayer, fue un regalo que Dios nos hizo a todos los que fuimos. Dimos testimonio, fuimos confesores de la Fe frente a una plaza llena de católicos con gorritas naranjas que no cruzaron una mísera calle para defender lo que creen. ¿Cómo llamarlos? ¿Cobardes, necios, liberales o progresistas? No, es demasiado. Usted tampoco fue, ni el clero, ni los religiosos. Estos laicos no merecen ser tratados tan duramente.
Yo fui y mi corazón arde de alegría. Se templó mi Fe, nunca recé el Santo Rosario con tanta paz como ayer, entre escupidas e insultos. Terminé llena de fervor.
¿Sabe lo bien que le hubiese hecho a sus seminaristas esto? La Fe se prueba y se vive. Quien no puede vivirla, no la tiene. No importa cuántos años lleve estudiando Teología.
El que ama, defiende lo amado. Es algo simple.
Cuando se iban aquellos energúmenos (en el sentido teológico de la palabra), escupieron al único sacerdote que estaba al pie de las escaleras.
Él siguió rezando, luego al grito de “Viva Cristo Rey”, “Viva la Iglesia”, rompimos la cadena humana que impedía que subieran. Cantamos “Cristo Jesús en Ti la PATRIA espera (…)” para que finalmente nos diera la Bendición. Se arrodillaron todos para recibirla. ¿Alguna vez vio una multitud arrodillándose en público frente a un sacerdote para que los bendiga? Me refiero a los últimos 50 años. La respuesta debe ser no, ¿no?
Anoche, cenando con los amigos católicos que participaron de la defensa de la Catedral, pensé, ¿y si hay un muerto de los nuestros? ¿Si esa turba blasfema enloquece y arremete con violencia? Habría un mártir en su Diócesis.
¿Qué haría entonces? ¿En ese caso sí saldría a la calle? Su rebaño estaba sin Pastor ayer, necesitábamos su presencia. “Te basta mi Gracia” susurra Ntro. Señor al oído, y esa fue la única respuesta.

Estimadísimo Monseñor, ayer perdió una hermosa oportunidad, por favor no vuelva a hacerlo. No enarbole la prudencia, absolutizándola. Ser timorato y ser prudente no es lo mismo.
Sé que irá a Roma en breve, sabemos que ha hecho todo para esto. Yo sinceramente preferiría que hiciera todo para ir al Cielo.

Me despido, atentamente.

Una fiel de esta Diócesis.

PD: No firmo esta carta, porque me temo que puedan atribuírsele responsabilidades por ella a ciertos sacerdotes relacionados con lo ocurrido ayer. De todas maneras, Dios sabe quién soy.